6.23.2012

Crisis, muerte y resurreción


En dos meses cumplo 20 años y surge, como todos los años, la época de hacer balances.
Esta costumbre puede ser considerada buena, porque me ayuda a purgar la mierda vivida en los últimos tiempos, y mala por los efectos emocionales que esto conlleva.
La vida me puso a prueba muchas veces, y muchas veces la cosa terminó en empate. 
Este año pasaron cosas que, si bien no modificaron mi forma de pensar y ser, cambiaron todo el marco de situación al que ya me venía acostumbrando. 
Mi familia en disolución, repentinamente se transformó en nostalgia de familia, con la cierta impunidad que los recuerdos aparejan. 
Mi carrera se tornó como un insufrible presente que no me deja ver más allá, no puedo ver mi proyecto personal a través del mar de apuntes que me agobian sólo de pensar en que tengo que leerlos.
 Mi vida sentimental pareció dar una sensación de revival, consumida en los lugares comunes que me llevaron a ser soltero (lindo eufemismo para la soledad) todos estos años pasados.
Frente a todos estos dramas, mi postura fue refugiarme en lo absurdo. Esa parte de mí, ese aspecto de mi personalidad que empezó por diferenciarme del resto y que hoy me define: no soy más que un puñado de ironías y sinsentidos. Pero es ese puñado de ironías lo que me hace, no banalizar mis problemas, sino tal vez darles el verdadero peso que tienen. 
Sin embargo de todo este embrollo, creo que la caducidad de estas vivencias me están mostrando la necesidad de dar un paso adelante, escapar del presente y acercarse al futuro distinto.
El anhelo de felicidad es la luz en mi caja de Pandora.